La vida ha emergido de la historia de la tierra, y el hombre ha emergido de la historia de la vida terrestre. El sentido de la vida, a la que pertenecemos los humanos, emerge con el patrón de organización típico de los sistemas vivientes, y ese sentido se reproduce y transforma, y se disuelve al compás de las estructuras que lo sustentan. Para todo ser vivo, como es sabido, el concepto de vida implica el de muerte. Quizá sólo entre estos dos polos tenga su oportunidad el sentido. Para la humanidad, ese lapso es justamente el espacio y el tiempo de la cultura, que antropológicamente hablando, es la cultura lo que confiere sentido humano a nuestras vidas.
La evolución cultural, después de atravesar diversas etapas, entró hace cinco siglos en la era planetaria, que hoy se acelera mediante el proceso de globalización. Es cierto que innumerables sociedades arcaicas y tradicionales resultan desintegradas por la mundialización de la modernidad. Sin embargo, constituye una falsa salida el refugiarse en unas “identidades culturales” particularistas, bajo el enfoque excluyente y sectario propio del etnicismo o el nacionalismo. La apuesta debe ser por conjugar la diversidad y la unidad humana, integrando lo particular en lo universal, en el camino hacia una civilización mundial, hacia una identidad terrestre y una ciudadanía planetaria. De modo que los logros culturales de la humanidad estén cada vez más al alcance de cada individuo, para que sea éste, en comunidad de libres e iguales, quien dé sentido a su existencia. Es así, que dentro de las necesidades del ser humano, esta una necesidad absoluta por encontrar “un camino de felicidad”, total y claro en este mundo, que se ve inmerso en un constante proceso de búsqueda y desarrollo personal, en el que va creando su propio proyecto vital a partir de la relación con su existencia y sus condiciones de vida. Es claro que, indistintamente de la cultura, la raza, la religión, la edad, el sexo, profesión o nivel educativo, todo ser humano se ve en la necesidad de confrontar ciertas condiciones universales de la existencia, para a partir de ahí crear su propio y particular proyecto de vida.
En términos de Heidegger, el ser (Dasein), está ahí, en el mundo, ha sido arrojado al mundo con ciertas condiciones dadas, en este sentido se entiende como un sujeto ya constituido, pero al mismo tiempo es capaz de constituir dicho mundo, debido a que el ser humano es quien interpreta y le da significado al mismo y en este sentido se entiende como un sujeto que no está separado de dicho mundo, sino que lo constituye e interpreta en aras de crear su propio significado
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